Por: Guillermo Marín
ASI-OAXACA
Los antiguos anahuacas tuvieron una mayor calidad de vida que los mexicanos de nuestros tiempos. La calidad de vida en el pasado del México antiguo (Anáhuac) fue muy superior a la que se ha vivido desde 1521 a la fecha.
La razón es muy sencilla. Los primeros siete milenios y medio de desarrollo humano fueron de carácter endógeno y buscaron mejorar la calidad de vida en base a la implementación de una “pirámide de desarrollo-propio-nuestro” producto de un proceso filosófico-histórico-cultural. Es decir, que el proyecto civilizatorio era a favor de los pueblos y culturas ancestrales y en base a sus valores y aspiraciones milenarias.
Es por esto que los sistemas de alimentación, salud, educación y organización social fueron creados y diseñados para mejorar la parte material y espiritual de los anahuacas. A diferencia de los tres primeros siglos de la época colonial, en los que las leyes, las instituciones y las autoridades, así como el modelo de desarrollo estaban diseñados para la explotación de los pueblos invadidos-vencidos y la extracción de los recursos naturales a favor de los españoles y la corona ibérica.
Las leyes, las autoridades y las instituciones coloniales fueron creadas para la explotación de los anahuacas y la regulación de las relaciones entre los colonizadores y la corona. Nunca pensadas en apoyar y alentar el desarrollo de los pueblos invadidos.
La religión que trajeron los invasores-colonizadores era un sincretismo “religioso-cultural-político-económico”, que carecía de una fuente original, es decir, La Iglesia Católica Apostólica Romana que llegó en 1519 al Anáhuac, era producto de una serie de cambios y adecuaciones que a lo largo de quince siglos los pueblos europeos fueron modificando a la prédica de un Mesías judío que trató de salvar a su pueblo y que éste lo rechazó y castigó con la muerte. De modo que la religión de los invasores no tenía el carácter ancestral, endógeno y original que tenía la religión anahuaca.
Durante los primeros trescientos años de colonización, los europeos a base de un régimen de terror lograron erradicar -en la superficie- la religión que tenía miles de años de existir en el Anáhuac. El sistema colonial ha encubierto hipócritamente en la historia oficial las atrocidades, injusticias y crímenes de lesa humanidad, que no solamente llevó a cabo el Tribunal del Santo Oficio, sino el mismo clero secular y los colonizadores, que en nombre de “su dios verdadero” logró a través de una implacable y feroz persecución el exterminio de la antigua religión y sus sacerdotes. Los colonizadores lograron por medio de un complejo y extenso sistema de terror, que se valía de amenazas, denuncias, tortura y muerte en los cuartos de tormentos o con la quema de personas vivas en las plazas y con obligada presencia del pueblo indígena, por lo que los anahuacas aparentarán tomar la religión del colonizador para conservar literalmente la vida. Sin embargo, se mantuvo en la esencia los valores de la milenaria religión, muchas veces con la misma corrupta complicidad de los colonizadores.
Para 1821 y después de once años de luchas entre criollos y gachupines, y debido a las nuevas condiciones de la corona española producto de los cambios que estaba sufriendo Europa a partir de la creación de Estados Unidos en 1776 y de la Revolución de los mercaderes en Francia en 1789, los criollos se apropiaron del Virreinato de la Nueva España y fundaron su “propio país” al que llamaron “México” en honor a los mexicas que habían vencido los primeros conquistadores.
Esta nueva forma de organización de la sociedad llamada “república”, que era una copia de las que estaban naciendo en toda Europa y América, seguirá siendo una colonia disfrazada en la que los criollos tomarán el poder manteniendo las injustas estructuras coloniales, donde se seguirá excluyendo y explotando a la civilización originaria y sus numerosos pueblos y culturas, pero ahora de manera hipócrita y demagógica. En efecto, a partir de 1821 las luchas entre criollos por el poder económico y político, siempre estarán disfrazadas de ideales de justicia e igualdad de los ciudadanos del nuevo país, que paradójicamente en su inmensa mayoría era indígena.
El problema de la “república de los criollos” es que durante estos dos siglos se han dividido y enfrentado permanentemente. Sí unos eran masones escoceses los otros eran yorkinos, sí unos eran conservadores los otros liberales, sí unos eran centralistas los otros eran federalistas, sí unos son panistas los otros priistas. En estos dos siglos de permanentes luchas entre criollos, los extranjeros nos han invadido varias ocasiones, nos han quitado más de la mitad del territorio y el país ha venido perdiendo soberanía, libertad, autodeterminación, autosuficiencia alimentaria, desarrollo tecnológico y educativo y sobre todo, hemos perdido la Identidad Cultural.
El proyecto criollo de nación, desde 1821 a nuestros días ha sido muy claro y simple, partiendo del desprecio y exclusión de la civilización originaria, se ha usado al país, sus habitantes y sus recursos naturales para enriquecerse lo más rápido posible y con el menor esfuerzo, sin ninguna responsabilidad y compromiso histórico y social. Se ha apostado a “invitar” a los capitales extranjeros para que inviertan a cambio de que los criollos les entregan la mano de obra “de su país” en calidad de esclavos y les otorgan el acceso ilimitado y sin restricciones a la explotación y depredación de los recursos naturales, todo esto a cambio de que hagan a los criollos sus socios locales.
Esta política económica implica el apostar a un mercado de exportación de recursos naturales y materias primas baratos, y minimizar al máximo el mercado interno a partir de mantener salarios de hambre para que los capitales tengan fuerza de trabajo barata. Importar alimentos y desalentar la producción agropecuaria. Importar maquinaria y tecnología. Frenar y desalentar el mercado de consumo interno, así como la investigación y forzando a tener una educación de baja calidad para evitar tener un pueblo pensante, analítico y crítico de la realidad. Pero fundamentalmente un pueblo ajeno a sí mismo y a su realidad histórica. Esta “amnesia” histórica y cultural, impide tener conciencia y permite total y plenamente la colonización.
El punto de este artículo es analizar las condiciones de vida que tuvieron los anahuacas, por lo menos tres mil años antes de la invasión, y las condiciones de vida que actualmente tienen “los mexicanos”, entendidos como los “anahuacas inconscientes” y ajenos a sí mismos, producto de los quinientos años de colonización mental, cultural y espiritual.
Sí analizáramos, haciendo a un lado la ideología criolla, la calidad de vida de un anahuaca de 1521 con la de un europeo de esa época, resultaría que un habitante promedio de Tenochtitlán tenía una calidad de vida muy superior a la de un madrileño o un parisino promedio.
En efecto, la calidad alimentaria, la higiene, la salud, la educación y el sistema de organización social, era mucho más alta en Tenochtitlán que en cualquier ciudad europea de aquellos tiempos a pesar de que se estaba viviendo el periodo más intenso de decadencia cultural las transgresiones que los mexicas hicieron al pensamiento espiritual tolteca. Los niveles de suciedad, precaria alimentación, sin acceso a la educación, así como la injusticia social que vivían los siervos europeos en comparación con la opulencia de la monarquía eran verdaderamente dramáticos.
En cambio en el Anáhuac la vida tenía otro significado. La espiritualidad y la búsqueda del bienestar comunitario eran las grandes avenidas en las que transitaba el desarrollo humano. Poco sabemos y poco nos ha interesado estudiar con un sentido crítico y analítico la historia que han escrito los conquistadores-colonizadores. Los tendenciosos escritos de Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo –entre muchos otros- siguen siendo “fuentes fidedignas” de la historia oficial de los colonizadores y neocolonizadores.
La colonización mental y espiritual ha sido tremenda. En pleno siglo XXI seguimos llamado “indios” a los anahuacas, a su historia le llamamos “prehispánica” y a la derrota del invasor-conquistador “La batalla de la noche triste”. La colonización mental nos ha anulado y ha castrado para sumirnos en el laberinto de la desolación de ser extranjeros incultos en su propia tierra. Despreciando furibundamente lo propio y exaltando desquiciadamente lo ajeno.
Pero tratemos de hacer un análisis de la situación de vida de nuestros Viejos Abuelos anahuacas, con nuestra realidad de “mexicanos tercermundistas”.
Los anahuacas tenían un sólido sistema alimentario. No eran vegetarianos, pero comían muchos vegetales, frutas, semillas, insectos, poca carne de guajolote, xoloescuincle, pato, conejo y venado. No se comía con manteca y menos con aceite. Eran autosuficientes y tecnológicamente solventes en la producción de sus alimentos. Los mexicanos comemos fritangas, alimentos chatarra, refrescos, dulces y golosinas, grasas polisaturadas, alimentos con colorantes, saborizantes, conservadores químicos. Hemos perdido la autosuficiencia alimentaria, importamos alimentos y tecnologías.
El 95 % de los alimentos embasados son producidos por empresas trasnacionales. La televisión y la radio determinan impunemente los hábitos alimenticios del pueblo con la complicidad de las autoridades. La alimentación, que no la nutrición de los mexicanos, es un doble negocio para las empresas extranjeras, pues el ingerir los costosos alimentos chatarra el pueblo se enferma y cae víctima del, cada vez más fuerte, mercado de la medicina privada.
Los anahuacas poseían un sofisticado y complejo sistema de salud. Éste comenzaba con rigurosas costumbres y hábitos higiénicos como el baño diario con agua fría y la responsabilidad comunitaria de la salud. Las casas, los edificios públicos, las plazas y las calles se mantenían extremadamente limpios a través de tradiciones y costumbres muy rigurosas y de estricta observancia, en donde “el bien común” era más importante que el interés personal.
Poseían un asombroso y complejo conocimiento del cuerpo humano, su anatomía y sus enfermedades. Se supone que antes de la invasión el Anáhuac poseía el 75% de la biodiversidad del planeta. Se tenía un conocimiento muy eficaz del uso medicinal de plantas, insectos, animales y minerales para mantener la salud. Se hacía operaciones muy complicadas al cuerpo humano, comenzando con las trepanaciones. El concepto de la salud tenía profundas connotaciones psíquicas, espirituales y sociales, siendo una responsabilidad de las autoridades.
Los mexicanos estamos sumidos en la ignorancia y somos víctimas indefensas de las poderosas empresas trasnacionales y sus socios, los medios masivos de comunicación. Los sistemas de salud pública han sido minimizados y desmantelados desde la implantación del neoliberalismo económico y la tendencia es a privatizar los servicios médicos. El 90% de las medicinas tienen patentes de laboratorios transnacionales. La enfermedad de los mexicanos es un jugoso negocio para los colonizadores.
El primer sistema de educación obligatorio, público y gratuito de la historia de la humanidad lo crearon los anahuacas. Por lo menos desde el año 1500 a.C. ya existía el telpochcalli, el cuicacalli y el calmécac. Todos los niños anahuacas, independientemente de su estatus social, tenían que ir a la escuela desde los siete años y finalizaban entre los 18 y 25 años, según el nivel de educación que alcanzaran. La pedagogía y la didáctica tolteca han llegado hasta nuestros días en la propia educación que culturalmente tenemos en nuestros hogares y en las comunidades, especialmente indígenas y campesinas. Histórica y culturalmente los anahuacas somos un pueblo educado.
En efecto, una cosa es la “instrucción” que es la transmisión de conocimientos, y otra cosa muy diferente es la “educación”, que implica la transmisión de valores. Por esta razón los pueblos de México en estos últimos cinco siglos a pesar de no haber ido a la escuela, son en esencia “muy educados”.
Podríamos afirmar que el sistema educativo fue una de las columnas más importantes de la civilización del Anáhuac en donde desplantó su desarrollo humano. Éste sistema educativo explica el alto nivel de conciencia de las sociedades anahuacas, los mil años de esplendor cultural y los mega proyectos constructivos, que como en el caso de Monte Alban, se llevaron más de trece siglos de generación en generación y reflejan las altas aspiraciones espirituales plasmadas en la materia (zonas arqueológicas).
En cambio la educación de los mexicanos empezó tenuemente en 1931 con la creación de la SEP. Siempre ha sido una “instrucción” para formar cuadros de obreros y empleados. Con un carácter totalmente colonizador que rechazó todo valor y conocimiento de la civilización del Anáhuac y siempre ha tomado modelos pedagógicos extranjeros. El sistema educativo mexicano ha tratado con mucho éxito de extirpar los valores, principios, leguas, conocimientos, actitudes de las culturas ancestrales. La educación indígena –desde Vasconcelos- fue la europeización de los pueblos indígenas, campesinos y mestizos. El “profesor” ha sido un eficaz elemento colonizador-colonizado. La educación mexicana jamás ha intentado realmente concientizar y liberar al pueblo, solo alfabetizarlo y prepararlo para ser mansos obreros y resignados empleados para el inhumano mercado de trabajo. Trabajar-comprar-pagar, mano de obra barata.
Personajes a nivel nacional como Jongitud Barrios o Elba Esther Gordillo son el arquetipo del maestro mexicano “triunfador en el sistema”, pero abundan en los estatales y los regiones. Miles de escuadrones de “aviadores” que nutren el sistema político en los tres niveles de gobierno. Durante las siete décadas del priismo, la educación fue parte vital del sistema político. En el panismo la perspectiva es hacer de la educación un negocio, de la escuela una franquicia y del estudiante un producto. La ignorancia es la fuente de la riqueza y la injusticia de los colonizadores, pero la “ignorancia de sí mismos” es la esencia y la permanencia de la colonización en los mexicanos.
El sistema de organización social de los anahuacas es uno de los más antiguos, probados y efectivos de toda la humanidad. Con por lo menos tres milenios y medio de experiencia, el comunitarismo anahuaca se sustenta en la “democracia participativa”. La asamblea, el sistema de cargos, el tequio o trabajo comunitario, la vocación y valor por servir a la comunidad, el fortalecimiento del “bien común” sobre el interés privado, el desarrollo espiritual sobre el desarrollo material, la educación artística y la armonía con la naturaleza son algunos de los elementos que se han ido elaborando y perfeccionando a lo largo de más de 35 siglos de vida en las comunidad.
Pocas civilizaciones en el mundo contemporáneo tienen esta larga experiencia y sabiduría acumulada y sistematizada de organización social, que ha sido enfrentada a grandes desafíos y enormes retos, incluido por supuesto la invasión-colonización europea.
En efecto, pese a su muerte histórica, las formas ancestrales de organización anahuaca siguen vigentes y en permanente adaptación y resistencia en un gran número de comunidades indígenas y campesinas del “México contemporáneo”. Pese a la sistemática agresión de los intereses económicos y políticos, “los usos y costumbres” se mantienen. Son la última defensa del patrimonio cultural y natural de los pueblos del Anáhuac, ante la voracidad de las empresas trasnacionales y la complicidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno.
El pueblo de México tiene un tesoro de sabiduría al que le ha dado la espalda. El colonizador nos ha enseñado –para su beneficio rapaz- a despreciar, ignorar y destruir este legado de sabiduría humana para organizar, dirigir y coordinar los esfuerzos y recursos de las comunidades en favor de su bienestar material e inmaterial y en la construcción de un futuro más justo y humano.
Los mexicanos en cambio, tenemos desde 1821 un gobierno con ideología criolla de carácter neocolonizador. Copiamos un sistema político, económico y social que creó la Revolución Burgesa de 1789 en Francia. Las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales son casi las mismas que los españoles peninsulares implementaron después de la invasión y que estuvieron vigentes en los tres siglos del periodo colonial (1521-1821).
A partir de 1821 los criollos vencedores del estallido social de 1810, expulsan a los gachupines y entre guerras fratricidas, traiciones, golpes de Estado, logran finalmente crear “su país” en el que queda excluida la civilización, los pueblos y culturas del Anáhuac.
Después de un nuevo estallido social en 1910 impulsado por los intereses de Estados Unidos, los criollos reorientan su modelo de desarrollo económico, ahora favoreciendo a Estados Unidos y alejándose de Europa. Para la década de los años ochentas desecharán el modelo nacionalista y se sujetarán al modelo neoliberal condenado al pueblo y a “su país” a asumir una posición de “neoesclavismo” y de descarada periferia y sumisión al capital transnacional. En medio de la más terrible crisis de corrupción, impunidad e ineptitud los gobiernos panistas ven incapaces e indiferentes como se desmorona el Estado criollo neocolonial.
La ilegalidad, la injusticia y la insensibilidad de la clase política de todos los colores, aunada a la histórica incapacidad de los criollos para gobernar y administrar “su país”, han propiciado esta catástrofe nacional. Los mexicanos están indefensos, enajenados y desorganizados. Impotentes ante la debacle producida por la clase dirigente con ideología criolla, que sumisa sigue al pie de la letra los mandatos del capital financiero supra nacional. Ante la ausencia del Estado de derecho y la reducción del Estado, los mexicanos han caído indefensos en manos de numerosas bandas organizadas de criminales que trabajan en los capos de la economía, las finanzas, la política, el crimen y el narcotráfico.
En conclusión, la calidad y nivel de vida que lograron los anahuacas, es con mucho, muy superior al que han tenido y tienen los “mexicanos”. La diferencia radica en que los objetivos, las instituciones, las leyes y las autoridades anahuacas, fueron creados desde y para favorecer el desarrollo armónico de los habitantes del Anáhuac. A diferencia del proyecto colonial y neocolonial de los gachupines, criollos y extranjeros que ha buscado favorecer intereses foráneos de otros gobiernos y otros pueblos. El Virreinato de la Nueva España, México y su gente, en general, nunca han sido un fin en sí mismo, sino un medio para obtener mayor poder económico y político a través de la explotación de los pueblos originarios y sus al parecer, inagotables recursos naturales a favor de la matriz colonial.
Ante la severa crisis que están viviendo los mexicanos la disyuntiva es “re-parchar” nuevamente el sistema neocolonial o re-fundar una nueva sociedad con un nuevo Estado, en el que quede suprimidas las practicas coloniales. Sí el camino fuera el segundo, la “inspiración” de el nuevo país llamado Anáhuac indiscutiblemente sería la Toltecáyotl. No se trata de volver al pasado o convertir este país en un enorme museo, por el contrario, se trataría de re-pensar esta nueva sociedad con los valores y principios ancestrales de una de las seis civilizaciones más antiguas de la humanidad. Como lo está haciendo China o India, de cara a la modernidad pero sustentada en la ancestral tradición. Luego entonces, el futuro de México es su milenario pasado.
ASI-OAXACA
Los antiguos anahuacas tuvieron una mayor calidad de vida que los mexicanos de nuestros tiempos. La calidad de vida en el pasado del México antiguo (Anáhuac) fue muy superior a la que se ha vivido desde 1521 a la fecha.
La razón es muy sencilla. Los primeros siete milenios y medio de desarrollo humano fueron de carácter endógeno y buscaron mejorar la calidad de vida en base a la implementación de una “pirámide de desarrollo-propio-nuestro” producto de un proceso filosófico-histórico-cultural. Es decir, que el proyecto civilizatorio era a favor de los pueblos y culturas ancestrales y en base a sus valores y aspiraciones milenarias.
Es por esto que los sistemas de alimentación, salud, educación y organización social fueron creados y diseñados para mejorar la parte material y espiritual de los anahuacas. A diferencia de los tres primeros siglos de la época colonial, en los que las leyes, las instituciones y las autoridades, así como el modelo de desarrollo estaban diseñados para la explotación de los pueblos invadidos-vencidos y la extracción de los recursos naturales a favor de los españoles y la corona ibérica.
Las leyes, las autoridades y las instituciones coloniales fueron creadas para la explotación de los anahuacas y la regulación de las relaciones entre los colonizadores y la corona. Nunca pensadas en apoyar y alentar el desarrollo de los pueblos invadidos.
La religión que trajeron los invasores-colonizadores era un sincretismo “religioso-cultural-político-económico”, que carecía de una fuente original, es decir, La Iglesia Católica Apostólica Romana que llegó en 1519 al Anáhuac, era producto de una serie de cambios y adecuaciones que a lo largo de quince siglos los pueblos europeos fueron modificando a la prédica de un Mesías judío que trató de salvar a su pueblo y que éste lo rechazó y castigó con la muerte. De modo que la religión de los invasores no tenía el carácter ancestral, endógeno y original que tenía la religión anahuaca.
Durante los primeros trescientos años de colonización, los europeos a base de un régimen de terror lograron erradicar -en la superficie- la religión que tenía miles de años de existir en el Anáhuac. El sistema colonial ha encubierto hipócritamente en la historia oficial las atrocidades, injusticias y crímenes de lesa humanidad, que no solamente llevó a cabo el Tribunal del Santo Oficio, sino el mismo clero secular y los colonizadores, que en nombre de “su dios verdadero” logró a través de una implacable y feroz persecución el exterminio de la antigua religión y sus sacerdotes. Los colonizadores lograron por medio de un complejo y extenso sistema de terror, que se valía de amenazas, denuncias, tortura y muerte en los cuartos de tormentos o con la quema de personas vivas en las plazas y con obligada presencia del pueblo indígena, por lo que los anahuacas aparentarán tomar la religión del colonizador para conservar literalmente la vida. Sin embargo, se mantuvo en la esencia los valores de la milenaria religión, muchas veces con la misma corrupta complicidad de los colonizadores.
Para 1821 y después de once años de luchas entre criollos y gachupines, y debido a las nuevas condiciones de la corona española producto de los cambios que estaba sufriendo Europa a partir de la creación de Estados Unidos en 1776 y de la Revolución de los mercaderes en Francia en 1789, los criollos se apropiaron del Virreinato de la Nueva España y fundaron su “propio país” al que llamaron “México” en honor a los mexicas que habían vencido los primeros conquistadores.
Esta nueva forma de organización de la sociedad llamada “república”, que era una copia de las que estaban naciendo en toda Europa y América, seguirá siendo una colonia disfrazada en la que los criollos tomarán el poder manteniendo las injustas estructuras coloniales, donde se seguirá excluyendo y explotando a la civilización originaria y sus numerosos pueblos y culturas, pero ahora de manera hipócrita y demagógica. En efecto, a partir de 1821 las luchas entre criollos por el poder económico y político, siempre estarán disfrazadas de ideales de justicia e igualdad de los ciudadanos del nuevo país, que paradójicamente en su inmensa mayoría era indígena.
El problema de la “república de los criollos” es que durante estos dos siglos se han dividido y enfrentado permanentemente. Sí unos eran masones escoceses los otros eran yorkinos, sí unos eran conservadores los otros liberales, sí unos eran centralistas los otros eran federalistas, sí unos son panistas los otros priistas. En estos dos siglos de permanentes luchas entre criollos, los extranjeros nos han invadido varias ocasiones, nos han quitado más de la mitad del territorio y el país ha venido perdiendo soberanía, libertad, autodeterminación, autosuficiencia alimentaria, desarrollo tecnológico y educativo y sobre todo, hemos perdido la Identidad Cultural.
El proyecto criollo de nación, desde 1821 a nuestros días ha sido muy claro y simple, partiendo del desprecio y exclusión de la civilización originaria, se ha usado al país, sus habitantes y sus recursos naturales para enriquecerse lo más rápido posible y con el menor esfuerzo, sin ninguna responsabilidad y compromiso histórico y social. Se ha apostado a “invitar” a los capitales extranjeros para que inviertan a cambio de que los criollos les entregan la mano de obra “de su país” en calidad de esclavos y les otorgan el acceso ilimitado y sin restricciones a la explotación y depredación de los recursos naturales, todo esto a cambio de que hagan a los criollos sus socios locales.
Esta política económica implica el apostar a un mercado de exportación de recursos naturales y materias primas baratos, y minimizar al máximo el mercado interno a partir de mantener salarios de hambre para que los capitales tengan fuerza de trabajo barata. Importar alimentos y desalentar la producción agropecuaria. Importar maquinaria y tecnología. Frenar y desalentar el mercado de consumo interno, así como la investigación y forzando a tener una educación de baja calidad para evitar tener un pueblo pensante, analítico y crítico de la realidad. Pero fundamentalmente un pueblo ajeno a sí mismo y a su realidad histórica. Esta “amnesia” histórica y cultural, impide tener conciencia y permite total y plenamente la colonización.
El punto de este artículo es analizar las condiciones de vida que tuvieron los anahuacas, por lo menos tres mil años antes de la invasión, y las condiciones de vida que actualmente tienen “los mexicanos”, entendidos como los “anahuacas inconscientes” y ajenos a sí mismos, producto de los quinientos años de colonización mental, cultural y espiritual.
Sí analizáramos, haciendo a un lado la ideología criolla, la calidad de vida de un anahuaca de 1521 con la de un europeo de esa época, resultaría que un habitante promedio de Tenochtitlán tenía una calidad de vida muy superior a la de un madrileño o un parisino promedio.
En efecto, la calidad alimentaria, la higiene, la salud, la educación y el sistema de organización social, era mucho más alta en Tenochtitlán que en cualquier ciudad europea de aquellos tiempos a pesar de que se estaba viviendo el periodo más intenso de decadencia cultural las transgresiones que los mexicas hicieron al pensamiento espiritual tolteca. Los niveles de suciedad, precaria alimentación, sin acceso a la educación, así como la injusticia social que vivían los siervos europeos en comparación con la opulencia de la monarquía eran verdaderamente dramáticos.
En cambio en el Anáhuac la vida tenía otro significado. La espiritualidad y la búsqueda del bienestar comunitario eran las grandes avenidas en las que transitaba el desarrollo humano. Poco sabemos y poco nos ha interesado estudiar con un sentido crítico y analítico la historia que han escrito los conquistadores-colonizadores. Los tendenciosos escritos de Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo –entre muchos otros- siguen siendo “fuentes fidedignas” de la historia oficial de los colonizadores y neocolonizadores.
La colonización mental y espiritual ha sido tremenda. En pleno siglo XXI seguimos llamado “indios” a los anahuacas, a su historia le llamamos “prehispánica” y a la derrota del invasor-conquistador “La batalla de la noche triste”. La colonización mental nos ha anulado y ha castrado para sumirnos en el laberinto de la desolación de ser extranjeros incultos en su propia tierra. Despreciando furibundamente lo propio y exaltando desquiciadamente lo ajeno.
Pero tratemos de hacer un análisis de la situación de vida de nuestros Viejos Abuelos anahuacas, con nuestra realidad de “mexicanos tercermundistas”.
Los anahuacas tenían un sólido sistema alimentario. No eran vegetarianos, pero comían muchos vegetales, frutas, semillas, insectos, poca carne de guajolote, xoloescuincle, pato, conejo y venado. No se comía con manteca y menos con aceite. Eran autosuficientes y tecnológicamente solventes en la producción de sus alimentos. Los mexicanos comemos fritangas, alimentos chatarra, refrescos, dulces y golosinas, grasas polisaturadas, alimentos con colorantes, saborizantes, conservadores químicos. Hemos perdido la autosuficiencia alimentaria, importamos alimentos y tecnologías.
El 95 % de los alimentos embasados son producidos por empresas trasnacionales. La televisión y la radio determinan impunemente los hábitos alimenticios del pueblo con la complicidad de las autoridades. La alimentación, que no la nutrición de los mexicanos, es un doble negocio para las empresas extranjeras, pues el ingerir los costosos alimentos chatarra el pueblo se enferma y cae víctima del, cada vez más fuerte, mercado de la medicina privada.
Los anahuacas poseían un sofisticado y complejo sistema de salud. Éste comenzaba con rigurosas costumbres y hábitos higiénicos como el baño diario con agua fría y la responsabilidad comunitaria de la salud. Las casas, los edificios públicos, las plazas y las calles se mantenían extremadamente limpios a través de tradiciones y costumbres muy rigurosas y de estricta observancia, en donde “el bien común” era más importante que el interés personal.
Poseían un asombroso y complejo conocimiento del cuerpo humano, su anatomía y sus enfermedades. Se supone que antes de la invasión el Anáhuac poseía el 75% de la biodiversidad del planeta. Se tenía un conocimiento muy eficaz del uso medicinal de plantas, insectos, animales y minerales para mantener la salud. Se hacía operaciones muy complicadas al cuerpo humano, comenzando con las trepanaciones. El concepto de la salud tenía profundas connotaciones psíquicas, espirituales y sociales, siendo una responsabilidad de las autoridades.
Los mexicanos estamos sumidos en la ignorancia y somos víctimas indefensas de las poderosas empresas trasnacionales y sus socios, los medios masivos de comunicación. Los sistemas de salud pública han sido minimizados y desmantelados desde la implantación del neoliberalismo económico y la tendencia es a privatizar los servicios médicos. El 90% de las medicinas tienen patentes de laboratorios transnacionales. La enfermedad de los mexicanos es un jugoso negocio para los colonizadores.
El primer sistema de educación obligatorio, público y gratuito de la historia de la humanidad lo crearon los anahuacas. Por lo menos desde el año 1500 a.C. ya existía el telpochcalli, el cuicacalli y el calmécac. Todos los niños anahuacas, independientemente de su estatus social, tenían que ir a la escuela desde los siete años y finalizaban entre los 18 y 25 años, según el nivel de educación que alcanzaran. La pedagogía y la didáctica tolteca han llegado hasta nuestros días en la propia educación que culturalmente tenemos en nuestros hogares y en las comunidades, especialmente indígenas y campesinas. Histórica y culturalmente los anahuacas somos un pueblo educado.
En efecto, una cosa es la “instrucción” que es la transmisión de conocimientos, y otra cosa muy diferente es la “educación”, que implica la transmisión de valores. Por esta razón los pueblos de México en estos últimos cinco siglos a pesar de no haber ido a la escuela, son en esencia “muy educados”.
Podríamos afirmar que el sistema educativo fue una de las columnas más importantes de la civilización del Anáhuac en donde desplantó su desarrollo humano. Éste sistema educativo explica el alto nivel de conciencia de las sociedades anahuacas, los mil años de esplendor cultural y los mega proyectos constructivos, que como en el caso de Monte Alban, se llevaron más de trece siglos de generación en generación y reflejan las altas aspiraciones espirituales plasmadas en la materia (zonas arqueológicas).
En cambio la educación de los mexicanos empezó tenuemente en 1931 con la creación de la SEP. Siempre ha sido una “instrucción” para formar cuadros de obreros y empleados. Con un carácter totalmente colonizador que rechazó todo valor y conocimiento de la civilización del Anáhuac y siempre ha tomado modelos pedagógicos extranjeros. El sistema educativo mexicano ha tratado con mucho éxito de extirpar los valores, principios, leguas, conocimientos, actitudes de las culturas ancestrales. La educación indígena –desde Vasconcelos- fue la europeización de los pueblos indígenas, campesinos y mestizos. El “profesor” ha sido un eficaz elemento colonizador-colonizado. La educación mexicana jamás ha intentado realmente concientizar y liberar al pueblo, solo alfabetizarlo y prepararlo para ser mansos obreros y resignados empleados para el inhumano mercado de trabajo. Trabajar-comprar-pagar, mano de obra barata.
Personajes a nivel nacional como Jongitud Barrios o Elba Esther Gordillo son el arquetipo del maestro mexicano “triunfador en el sistema”, pero abundan en los estatales y los regiones. Miles de escuadrones de “aviadores” que nutren el sistema político en los tres niveles de gobierno. Durante las siete décadas del priismo, la educación fue parte vital del sistema político. En el panismo la perspectiva es hacer de la educación un negocio, de la escuela una franquicia y del estudiante un producto. La ignorancia es la fuente de la riqueza y la injusticia de los colonizadores, pero la “ignorancia de sí mismos” es la esencia y la permanencia de la colonización en los mexicanos.
El sistema de organización social de los anahuacas es uno de los más antiguos, probados y efectivos de toda la humanidad. Con por lo menos tres milenios y medio de experiencia, el comunitarismo anahuaca se sustenta en la “democracia participativa”. La asamblea, el sistema de cargos, el tequio o trabajo comunitario, la vocación y valor por servir a la comunidad, el fortalecimiento del “bien común” sobre el interés privado, el desarrollo espiritual sobre el desarrollo material, la educación artística y la armonía con la naturaleza son algunos de los elementos que se han ido elaborando y perfeccionando a lo largo de más de 35 siglos de vida en las comunidad.
Pocas civilizaciones en el mundo contemporáneo tienen esta larga experiencia y sabiduría acumulada y sistematizada de organización social, que ha sido enfrentada a grandes desafíos y enormes retos, incluido por supuesto la invasión-colonización europea.
En efecto, pese a su muerte histórica, las formas ancestrales de organización anahuaca siguen vigentes y en permanente adaptación y resistencia en un gran número de comunidades indígenas y campesinas del “México contemporáneo”. Pese a la sistemática agresión de los intereses económicos y políticos, “los usos y costumbres” se mantienen. Son la última defensa del patrimonio cultural y natural de los pueblos del Anáhuac, ante la voracidad de las empresas trasnacionales y la complicidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno.
El pueblo de México tiene un tesoro de sabiduría al que le ha dado la espalda. El colonizador nos ha enseñado –para su beneficio rapaz- a despreciar, ignorar y destruir este legado de sabiduría humana para organizar, dirigir y coordinar los esfuerzos y recursos de las comunidades en favor de su bienestar material e inmaterial y en la construcción de un futuro más justo y humano.
Los mexicanos en cambio, tenemos desde 1821 un gobierno con ideología criolla de carácter neocolonizador. Copiamos un sistema político, económico y social que creó la Revolución Burgesa de 1789 en Francia. Las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales son casi las mismas que los españoles peninsulares implementaron después de la invasión y que estuvieron vigentes en los tres siglos del periodo colonial (1521-1821).
A partir de 1821 los criollos vencedores del estallido social de 1810, expulsan a los gachupines y entre guerras fratricidas, traiciones, golpes de Estado, logran finalmente crear “su país” en el que queda excluida la civilización, los pueblos y culturas del Anáhuac.
Después de un nuevo estallido social en 1910 impulsado por los intereses de Estados Unidos, los criollos reorientan su modelo de desarrollo económico, ahora favoreciendo a Estados Unidos y alejándose de Europa. Para la década de los años ochentas desecharán el modelo nacionalista y se sujetarán al modelo neoliberal condenado al pueblo y a “su país” a asumir una posición de “neoesclavismo” y de descarada periferia y sumisión al capital transnacional. En medio de la más terrible crisis de corrupción, impunidad e ineptitud los gobiernos panistas ven incapaces e indiferentes como se desmorona el Estado criollo neocolonial.
La ilegalidad, la injusticia y la insensibilidad de la clase política de todos los colores, aunada a la histórica incapacidad de los criollos para gobernar y administrar “su país”, han propiciado esta catástrofe nacional. Los mexicanos están indefensos, enajenados y desorganizados. Impotentes ante la debacle producida por la clase dirigente con ideología criolla, que sumisa sigue al pie de la letra los mandatos del capital financiero supra nacional. Ante la ausencia del Estado de derecho y la reducción del Estado, los mexicanos han caído indefensos en manos de numerosas bandas organizadas de criminales que trabajan en los capos de la economía, las finanzas, la política, el crimen y el narcotráfico.
En conclusión, la calidad y nivel de vida que lograron los anahuacas, es con mucho, muy superior al que han tenido y tienen los “mexicanos”. La diferencia radica en que los objetivos, las instituciones, las leyes y las autoridades anahuacas, fueron creados desde y para favorecer el desarrollo armónico de los habitantes del Anáhuac. A diferencia del proyecto colonial y neocolonial de los gachupines, criollos y extranjeros que ha buscado favorecer intereses foráneos de otros gobiernos y otros pueblos. El Virreinato de la Nueva España, México y su gente, en general, nunca han sido un fin en sí mismo, sino un medio para obtener mayor poder económico y político a través de la explotación de los pueblos originarios y sus al parecer, inagotables recursos naturales a favor de la matriz colonial.
Ante la severa crisis que están viviendo los mexicanos la disyuntiva es “re-parchar” nuevamente el sistema neocolonial o re-fundar una nueva sociedad con un nuevo Estado, en el que quede suprimidas las practicas coloniales. Sí el camino fuera el segundo, la “inspiración” de el nuevo país llamado Anáhuac indiscutiblemente sería la Toltecáyotl. No se trata de volver al pasado o convertir este país en un enorme museo, por el contrario, se trataría de re-pensar esta nueva sociedad con los valores y principios ancestrales de una de las seis civilizaciones más antiguas de la humanidad. Como lo está haciendo China o India, de cara a la modernidad pero sustentada en la ancestral tradición. Luego entonces, el futuro de México es su milenario pasado.
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