miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿Y DESPUES DEL FESTEJO, QUE?


Por Guillermo Montelón Nava
ASI-COLIMA

La conmemoración de 200 años de vida independiente desbordó el entusiasmo de millones de mexicanos, especialmente en la capital del país, donde con carros alegóricos y expresiones del arte y la cultura popular se motivó a la reflexión sobre lo que hemos sido, lo que somos hoy y la posibilidad de que efectivamente México pueda ser positivamente muy diferente a lo que es hoy.

El rito del Fuego Nuevo, el desfile de carros alegóricos, los conciertos, el Grito en el Zócalo igual que en todas las capitales de los estaos y en la mayoría de los municipios; el espectáculo de luz, sonido y baile, el Grito en Dolores Hidalgo, la ceremonia en el Ángel de la Independencia y el desfile militar fueron sin duda sólo una parte del gran festejo por el Bicentenario pero, y después de esto qué?

Debemos recordar que si bien aún gozan de buena salud los elementos que conforman nuestra identidad y nuestras raíces, gracias al arraigo de las tradiciones y del folklore popular y eso que siguen surgiendo fuertes amenazas en su contra, hay todavía un enorme camino por andar para alcanzar los ideales de los héroes que soñaron con un país verdaderamente justo, fuerte e independiente.

Muy cuestionable debe ser el enorme despilfarro de recursos que se generó so pretexto de esta fiesta en la que, por cierto, muchos millones de mexicanos que viven en la pobreza, especialmente los indígenas, se preguntan qué pueden festejar si para ellos México no es el país que les prometieron Hidalgo, Allende, Morelos y todos los que conscientemente dieron su vida por una patria nueva y de hecho en algunos lugares hoy viven en circunstancias peores que hace 200 años.

Lo que aún podemos observar es que, aunque muchos pregonen lo contrario, a muchas personas no les importa la gente pobre. Los intereses políticos y los deseos de poder se imponen a cualquier principio humanista, a todo ideal de los grandes protagonistas de la historia. Y es que no se puede esperar más de quienes jamás han pasado carencias ni están cerca de alguna persona que las padezca. En Colima por ejemplo, habría que decirles a los que siempre se jactan de humanistas y de sus ideales de justicia social que se den una vuelta por las vecindades más olvidadas o por los albergues de trabajadores de la caña, cortadores que llegan con sus familias provenientes de Guerrero, de Oaxaca y Michoacán y aunque aquí tienen empleo seguro por varios meses, en muy poco cambia su situación porque finalmente solo son mano de obra barata bien aprovechada.

Quizá pueda ser muy atrevido pensar que así como hay personas que festejan 200 años de ignorancia, ignorando un colonialismo interno y las omisiones intencionadas de los grupos de poder, esos que les parece bien despilfarrar dinero para justificar algunos cambios alcanzados en México, gracias más bien a una evolución social y producto de una dinámica natural errática, que aun trabajo institucional, también hay personas que cada vez se asocian y se organizan para trabajar por los que menos tienen, precisamente porque se preocupan por las demás, pero desgraciadamente son tan pocas esas personas que no pueden ayudar a toda esa gente en desgracia.

La voz de los indígenas, las de esos millones de pobres se sigue escuchando como una queja, como una voz dolorida y sin esperanza y aunque ciertamente en muchos lugares de México hay verdaderos patriotas y héroes anónimos que con iniciativa, entereza y entrega buscan una vida mejor para los desprotegidos, su trabajo por momentos parece como una voz en el desierto.

Alguien le preguntó a un indígena si en verdad hay gente que hace algo por ellos y su respuesta da para mucha reflexión: “De que las hay si las hay, esa es la gente que hace que los momentos de nuestras existencia valgan la pena y no solo estar por estar, yo sé que sí hay gente con gran corazón y ellas hacen que olvidemos a personas que no tiene una visión de hacer algo por la humanidad”.

En los discursos, con motivo de la conmemoración del inicio de la lucha de independencia, se reconoce que la política no ha sido lo suficientemente buena para construir el México que sueña la mayoría y que la propia clase política le ha fallado la país y a los héroes que legaron un compromiso de verdadero amor a la patria, pero reconocerlo no es suficiente, ahora habrá que esperar que el fervor nacionalista vaya más allá de lo patriotero y que en verdad se trabaje con buena fe, que se dialogue y se discuta, pero que siempre se ponga a México, por encima de las diferencias y de los intereses de grupo.

Queda esperar que al menos los derechos fundamentales de que hoy gozamos, sigan siendo el instrumento que permita, no a los políticos, sino al pueblo, a esos escasos líderes naturales que sanamente se conducen por un verdadero amor a la patria, a la naturaleza y al prójimo; esos que existen en muchos rincones del país y que trabajan en un sin número de proyectos de impacto social, los que paulatinamente ayuden a saldar la deuda que se tiene con los indígenas y con las familias desposeídas, para incorporarlas una verdadera dinámica de desarrollo, de certidumbre, de estabilidad económica, de seguridad y paz social.

Ojalá que sean muchos los mexicanos que con mayor conciencia de la responsabilidad que tenemos con México se pregunten con entereza y determinación ¿Y después del festejo qué? Entonces y sólo entonces valdrá la pena festejar la verdadera independencia de México.

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