viernes, 28 de mayo de 2010

LA EDUCACIÓN FAMILIAR Y EL HUEHUETLATOLLI


Por: Guillermo Marín *
ASI-OAXACA

El concepto de familia tolteca está claramente visible en la palabra náhuatl “cencalli” donde –cen- significa “enteramente juntos” y calli –casa-. De donde se desprende que cencalli significa “la casa grande de los que viven enteramente juntos”.

Otra palabra que nos permite entender la dimensión de familia tolteca es, -cenyeliztli- entendida como “estado o naturaleza de quienes viven entera y conjuntamente”. Finalmente, para entender el concepto de familia necesitamos recordar el vocablo –calpulli-, que significa “gran casa”, lo que implica un conjunto de familias que viven entera y conjuntamente. La familia representa el núcleo fundador de la conciencia del individuo, el segundo será la comunidad. Esta es la razón por la cual la esencia de la educación surge en el seno materno. El padre y la madre tendrán como objetivo sustantivo la educación de los hijos, en el Códice Matritense del Real Palacio, tomamos estas descripciones:

El padre de gentes todo lo cuida,
es compasivo, se preocupa,
de él es la previsión,
él es el que da apoyo,
con sus manos protege.

Cría, educa a sus hijos,
los enseña, los amonesta,
les muestra cómo han de vivir.

Les pone delante un gran espejo,
los hace verse en un espejo de dos caras.
Es como gruesa tea que no ahuma.



La madre de familia:
tiene hijos, los amamanta.
Su corazón es bueno, vigilante,
diligente, cava la tierra,
tiene ánimo, vigila.
Con sus manos y su corazón se afana,
educa a sus hijos,
se ocupa de todos, a todos atiende.
Cuida a los más pequeños.
A todos sirve,
se afana por todos, nada descuida,
conserva lo que tiene,
no reposa.

Como se observa el atributo principal de ser padre o madre es la educación de los hijos. En efecto, los niños eran amados y queridos por la familia, los parientes y la comunidad. Desde el mismo momento del nacimiento comenzaba una serie de ceremonias con discursos ancestrales, en donde se recordaban, una y otra vez, los valores y principios.


“La educación del niño empezaba el día de su nacimiento con discursos por parte de los padres y familiares que predecían su destino. Aunque considerados como adultos pequeños y ciudadanos con todos los derechos desde el momento del nacimiento, los niños eran tratados con gran afecto y eran llamados “joyas sin precio” o “plumas preciosas”.


La educación doméstica, que empezaba después del destete, a los tres o cuatro años, tenía como propósito inducir al niño las técnicas y obligaciones de la vida adulta tan pronto como era posible. Un mundo en el que el trabajo manual era común a todos, ofrece al niño la oportunidad de participar en actividades adultas mucho más tempranamente que, por ejemplo en nuestra cultura mecanizada. Los padres supervisaban el entrenamiento de los niños y las madres instruían a las mujeres.

Hasta los seis años escuchaban frecuentes y repetidas homilías y consejos, aprendían el uso de los implementos caseros y hacían trabajos domésticos.

Los sueños recibían trabajos pronto podía encaminar y a un infante se le hacían cargar pequeños pedazos de manera; con el tiempo el peso iba creciendo y aumentaba la ayuda que prestaban en las labores domésticas llevando agua y leña, arribando el fuego y barriendo. En la casa la educación estaba dividida de acuerdo con el sexo: el padre enseñaba al hijo sus deberes, mientras la madre instruían a la niña en la molienda de maíz, en hacer tortillas y en el tejido de la ropa.

Los niños aztecas eran constantemente apremiados con prolongados discursos acerca de su destino y sus deberes morales y éticos.” Max Shein, El Niño Precolombino. Méx. 1986.


El respeto a los padres y abuelos, así como a los hermanos mayores, la relación con la familia ampliada, es decir, tíos, tías, parientes políticos, pero sobre todo, con los padrinos, que tenían en varias etapas de su niñez y juventud, un “compromiso” con la educación del ahijado, resultaban fundamentales en el desarrollo educativo del niño.


Los niños eran inmediatamente integrados, como miembros muy valiosos, a la vida social y familiar. Existía un sentido total de respeto por el infante, tanto por un valor cultural admitido plenamente de manera comunitaria, como por una Pléyade de seres humanos integrados por padres, abuelos, padrinos, tíos, que lo respaldaban. En este núcleo era donde se formaban los valores, principios y actitudes, que regirían el resto de su vida. La educación en el hogar era práctica y por imitación. El ejemplo del núcleo familiar era básico, comenzando por los padres.


Los padres enseñaban a sus hijos varones, a temprana edad, a cumplir con todas las obligaciones masculinas con el hogar y con la comunidad. Además de incorpóralos a los trabajos que realizara el padre, como la agricultura, la cerámica, la caza y pesca, etc., se suman las actividades comunitarias, como los trabajos agrícolas colectivos, la construcción y reparación de templos, edificios públicos, canales, caminos, puentes, etc. Las madres disciplinaban a sus hijas en las tareas del hogar.

Aprendían a temprana edad a hacer tortillas, bordar, tejer e hilar, a lavar y mantener escrupulosamente limpia la casa. Así como las tareas comunitarias como limpiar los templos y edificios públicos, preparar los alimentos para los dignatarios, funcionarios y visitantes, así como colaborar en la preparación de las comidas comunitarias.


Además el niño está plenamente incorporado a la vida familiar, social y comunitaria. Fuera en las fiestas familiares, de su calpulli o las de la comunidad, religiosas o profanas, en ningún espacio el niño anahuaca estorbaba o estaba de más. Razón por la cual, los niños conocían los rituales religiosos y profanos.

Otra de las características de esta educación, era que los infantes aprendían a sentirse útiles y a participar en las responsabilidades familiares. La crianza de los niños en el hogar, era un orgullo y una gran responsabilidad. Las madres amamantaban a los niños hasta los tres o cuatro años.


* Antropólogo y divulgador de la Herencia Ancestral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario