sábado, 7 de marzo de 2009

HACER DEL PASADO EL FUTURO


Por: Guillermo Marín
ASI-OAXACA

Recientemente, después de una presentación sobre la historia antigua de México, que di en el congreso anual de educación bilingüe de California, E.U., un joven profesor me dijo que la presentación le había parecido muy interesante, que nunca había escuchado una exposición de la historia antigua con tanto optimismo y que dejara al público entusiasmado.

Por supuesto que agradecí el estimulo y durante los largos días del viaje, fui reflexionando sobre el comentario. Efectivamente, generalmente mis presentaciones dejan muy estimulado al publico, en parte, porque no soy “historiador”, sino promotor cultural. Y el objetivo de mis exposiciones, es exaltar y fortalecer “la identidad y la auto estima”. De modo que “uso” a la historia, como un vehiculo para “despertar el banco genético de información cultural” que existe en cada individuo, no para “enseñar historia”.

La intención es de “conectarlo” con la sabiduría ancestral que esta depositada en cada persona. Y el fondo del asunto es, relacionar concientemente al público con “su pasado” colectivo. Hacer de la historia una parte “propia-nuestra” de manera conciente del ser que nos conforma y que nos de identidad y rumbo.

De esta forma se potencia la persona. Encuentra o concientiza sus cimientos más ancestrales y sólidos, se siente como producto de una continuidad. Retoma para sí, el proyecto civilizatario de sus antepasados, se hace uno con ellos. Y esto se logra en la medida que el individuo, tome conciencia de su Ser espiritual y lo sintonice con su legado ancestral, que para el caso de la civilización del Anáhuac es de carácter eminentemente espiritual.

En efecto, cuando el individuo se siente conectado con un milenario proceso de evolución y búsqueda de la trascendencia espiritual de la existencia, “ha despertado de nuevo” a la vida. Se siente identificado con el milenario proyecto abstracto de sus Viejos Abuelos, que siempre resulta de actualidad y vigencia extrema. Es decir, encontrar el significado de la vida. El quien soy, de donde vengo y a donde voy, se empieza a articular en la vida diaria y ésta se refresca, al llenarse de “nuevos” y ancestrales significados, que han sido compartidos durante miles de años con sus antepasados.

El conocimiento de la historia antigua de las civilizaciones milenarias del mundo, hoy cobra una vigencia e importancia categórica, en tanto que el fracaso del modelo de vida que ha ofrecido “la modernidad” esta totalmente en banca rota. No solo ha llevado a la gente a la desolación espiritual y la miseria material, sino orillando al planeta a una catastrote total.

El consumismo, el individualismo y la erradicación del sentido divino y sagrado del mundo y la vida en la sociedad moderna, le apagan la vida y la esperanza a millones de personas en el mundo. Solo los que tienen dinero pueden encontrar la felicidad en la modernidad, todos los demás, están condenados a la angustia, la desolación y la frustración.

A través de los años de ir dando estas conferencias, lo mismo en México que en E.U., sea a estudiantes, maestros, campesinos, indígenas y publico en general, he observado este fenómeno. La gente en general termina entusiasmada con su propia vida a través “conectar”, el pasado con su presente. La luz de la vida llega a través de la sabiduría ancestral. La forma en la que nuestros antepasados toltecas le dieron significado al mundo y a la vida. Lo que propuso Quetzalcóatl, no difiere en lo esencial, de lo que propusieron Krishna o Buda. La diferencia es que es la “sabiduría propia-nuestra”. Que se como con tortillas, salsa y nopalitos.

Repensando el asunto, llego a la conclusión que la diferencia es que en mis conferencias y seminarios, veo al pasado como el mejor futuro que tenemos. No hablo de la historia como algo pasado, lejano, ajeno y muerto. Por el contrario, para mi la historia es el futuro, la oportunidad, el apoyo, la confianza y sobre todo, la certeza de que nuestras vidas en lo individual y en lo colectivo, tienen un alto significado y un gran valor común, el desarrollo del potencial espiritual de lo humano. O como lo proponían los sabios toltecas a través de la Toltecáyotl, “humanizar la materia” a través del desarrollo espiritual.

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