miércoles, 3 de diciembre de 2008

TROZOS DE HISTORIA SINARQUISTA


Por Raúl Gómez Espinosa
ASI-JALISCO

Todavía sangraban las heridas que la antipatria había abierto al ejército de luchadores que combatieron en nuestro país por la libertad religiosa; aún no se apagaba el clamor surgido del pecho de huérfanos y viudas cuyos padres y esposos habían sembrado de cruces la campiña mexicana; aún no se secaba el agua que había subido a los ojos de las madres cuyos hijos habían sido condecorados con la presea del martirio o de la muerte cuando comenzó a generarse un nuevo movimiento libertario: el Sinarquismo.


Muchos fueron los que, decepcionados por la forma en que se pudo fin al movimiento cristero, no querían saber ya nada de nada y escépticos cerraban ojos y oídos para no ver ni oír las nuevas voces de esperanza.


En contraste con las legiones de indiferentes a quienes nada parecía importarles, un grupo de ilusos, poniendo su confianza en Dios, se irguió sobre su propia pequeñez y lleno de fe se lanzó a la conquista de sus hermanos.


La tarea no fue fácil.

El ambiente que envolvía la vida de México a mediados de los años 30 era insoportable; injusticias, asesinatos, odios, latrocinios, inmoralidad, doctrinas, cánticos e himnos exóticos...
En medio de ese pesado ambiente se abrió paso al Movimiento Nacional que hacía temblar al mundo oficial y a sus corifeos.


Fue en una ciudad abajeña de la provincia mexicana, León, Gto., donde surgió a la palestra la nueva organización en la primavera de 1937.


SELLO DE DISTINCIÓN

A poco correr del tiempo quedó cincelado sobre la naciente organización el sello de la bienaventuranza. Las amenazas, el despojo, la persecución, el martirio y la muerte fueron el pan de cada día en los primeros años de la lucha sinárquica.


Los primeros dirigentes que habrían de llevar la buena nueva por todos los ámbitos del solar patrio, fueron tentados con ofrecimientos generosos para que se “quitaran de aquello”; el señuelo de una prebenda oficial, lejos de seducir a los neófitos dirigentes los encrespó afirmándolos en sus convicciones.


En efecto, aquel par de muchachos recién egresados del antiguo Colegio del Estado, hoy Universidad de Guanajuato, los licenciados José Trueba Olivares y Manuel Zermeño (q.e.p.d.), al no aceptar los ofrecimientos que el gerifalte estatal en turno Luis I. Rodríguez les hiciera, fueron conminados por éste a abandonar su ínsula o de lo contrario, “no respondo por sus vidas”.


Más que el deseo de poner a salvo sus propias vidas fue el vehemente afán de atizar el fuego de la naciente Unión Nacional Sinarquista lo que indujo a Pepe y a Manuel, como cariñosamente se nombraba a aquella pareja de amigos y compañeros, a buscar más amplios horizontes para levantar una trinchera de actividades a nivel nacional.


Un modesto despacho en pleno corazón de la capital, en el edificio España, sito en las calles de Venustiano Carranza No. 69, por el cual se cubría una renta mensual de treinta pesos, se constituyó en el cuartel general del Sinarquismo.


VOLVAMOS A LA PROVINCIA

Los nuevos pescadores de hombres comenzaron a lanzar sus redes en el estado-Cuna y en ellas comenzaron a caer elementos de gran valía. Sólo por vía de ejemplo podemos citar a los hermanos Mendoza Heredia, Rubén y Guillermo, a los hermanos Ornelas, a don Juan Zambrano y don Rufo Aranda, de la ciudad de León.


La pesca en la capital del estado fue preponderantemente de estudiantes tales como Alfonso Trueba Olivares (q.e.p.d.); Feliciano Manrique, (q.e.p.d.); primer Jefe Regional; Manuel Torres Bueno, Antonio Durán (q.e.p.d.); y en Guanajuato capital, a don Alberto Ortiz, primer Jefe Municipal, a don Santiago González y José Cerrillo; el primero y el último, mineros, y don Santiago, carpintero. Continuará...

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