martes, 4 de enero de 2011

Recuerda olor de la sangre


JULIO CÉSAR SALAS
NOTA PUBLICADA: 1/2/2011
PERIODICO AM DE LEON, GTO.

Don Arturo Quiroz aún recuerda el olor a sangre en la Plaza Principal la noche del 2 de enero de 1946.

Nacido con un defecto en el oído, que le impide escuchar, tenía entonces 13 años y se encontraba en la plaza con un grupo de amigos sordomudos.

Con auxilio de su hija, don Arturo se apoya con el lenguaje de sordomudos y describe lo que vivió aquel día, hace 65 años.

Se encontraba frente a Palacio Municipal cuando comenzaron a pasear el féretro gris que a la postre se convertiría en uno de los símbolos de la matanza.

El joven Arturo estaba sorprendido del bullicio de la gente. Vio que un grupo comenzó a empujar la puerta que estaba custodiada por soldados.

Sus amigos también estaban alterados por el desorden y los gritos y alguno de ellos intentó acercarse hasta la puerta.

Pero uno de ellos, Manuel Romo, que en aquel entonces tenía 25 años, les dijo que mejor sería retirarse porque en la azotea de Presidencia había soldados.

El grupo de sordomudos se alejó y justo cuando se dirigía a la calle 5 de Febrero, vio que un soldado pasó a todo galope por la Plaza Principal, primero disparó al aire, luego hacia la gente sin importar a quien le diera.

Don Arturo relata que corrió hacia su casa, en la calle 20 de Enero 215 y en el camino observó con horror cómo más soldados disparaban a la multitud.

Vio gente herida y contó entre 25 y 30 personas muertas: algunas desfiguradas.

Su padre, Lorenzo Quiroz, lo metió a casa y le prohibió volver a salir, debido al peligro.

Tiempo después se enteró por su padre que mientras cerraba la puerta a su espalda se escuchaban detonaciones de armas de fuego que se confundían con los gritos de desesperación y dolor.

Todavía a las tres de la mañana se escuchaban pasos de soldados en las calles del Centro, también lamentos y llantos.

A las siete de la mañana, cuando todo había terminado, se escuchó que una avioneta sobrevoló la Zona Centro y aterrizó detrás del Santuario de Guadalupe.

Lo que vivió después son imágenes que siguen frescas en la memoria de don Arturo. Aún recuerda los olores de las decenas de muertos, las imágenes de gente con el rostro desfigurado por las municiones y los culatazos.

“Una monja pasó y repartía bolitas de naftalina para contrarrestar los olores fétidos de los muertos.

“También hicieron una zanja donde arrojaron a todos los muertos por igual y las familias tenían que buscar a su gente entre cadáveres y olores pestilentes”, evoca mediante señas.

Las calles estaban pintadas de un rojo intenso por la sangre de cientos de heridos, las baldosas se lavaron al menos tres veces hasta que la sangre se borró.

Los muertos y los heridos fueron atendidos en la Escuela de Medicina porque no los recibieron ni en la Cruz Roja ni en el Hospital.

El tiempo pasa, pero a 65 años de distancia don Arturo Quiroz mantiene no sólo el recuerdo sino también un profundo cariño y respeto por su amigo Manuel Romo, que falleció años atrás.

“De no haber sido por Manuel que nos dijo que deberíamos retirarnos quizá yo no hubiera estado aquí”, dice mientras une sus manos en señal de oración por el alma de su amigo.

La foto de la muerte

La matanza del 2 de enero de 1946 es un mal recuerdo para Don Juvenal Hernández Delgado.

Han pasado 65 años y la imagen de la Plaza Principal bañada en sangre persiste en su memoria.

Una fotografía plasmó el día en que Juvenal, de 9 años, y otros amigos subían a una camioneta los restos de su amigo Julio, al que apodaban “El Brasero”, porque quemaba las cejas de las llantas para sacar el alambre y fabricar jaulas para los pájaros.

“Con él jugábamos al futbol y aunque era más grande que nosotros, siempre tuvo alma de niño”.

“Por eso cuando lo encontramos muerto y lo subimos al féretro sentimos mucha tristeza”, dice ahora.

La infancia de Don Juvenal fue una etapa muy feliz jugando en la calle al lado de su palomilla: “El Caras”, “El Garañón”, “El Tilicas” y “El Conejas”.

La tarde del 2 de enero de 1946 estaba con ellos en el mercado República cuando un grupo resolvió construir un féretro para llevarlo a la Plaza Principal en señal de protesta.

Dentro del féretro hicieron que se metiera un hombre al que conocían como “El Loco Timoteo”, afectado de sus facultades mentales.

“Cargaron el féretro y nosotros nos fuimos atrás de ellos, pero bajamos del puente República hacia la calle República por donde mi abuelita tenía una fonda y ahí estaba mi mamá en la puerta”.

Cuando pasó el grupo su mamá, Ursula Delgado, lo llamó para que no siguiera a la manifestación y lo metió a la casa. Al poco rato se quedó dormido.

Cuando despertó cerca de las 10 de la noche escuchó sonidos parecidos a cohetes y pensó que prendían fuegos pirotécnicos.

“En eso escuchamos mucho ruido en la calle, la gente estaba corriendo por todos lados y decían que estaban matando a todos en la Plaza Principal”.

Algunos se escondieron en casetas que estaban sobre la calle en el mercado República, otros se metieron a su casa espantados.

“Ellos nos dijeron que había una matazón en el Centro, que los soldados habían disparado contra la gente”.

A la mañana siguiente la palomilla de Don Juvenal fue a la Plaza Principal porque su amigo Julio no había llegado.

“Fuimos al Centro y en donde ahora es Novias y Sedas ya no nos dejaron entrar y nos detuvo el Ejército”.

“Veíamos grandes charcos de sangre por todos lados, dimos la vuelta por la calle 5 de Mayo pero tampoco nos dejaron entrar y se veían también por esa parte los charcos grandes de sangre”.

Fueron a buscar a su amigo al Hospital Regional, conocido como “La Plancha”, porque ahí dejaban los cadáveres.

“Con mucha tristeza ahí encontramos muerto a nuestro amigo, también a otros dos conocidos que se llamaban José Arredondo y otro que era como su hermano y le decíamos ‘El Gordito’”.

Justo cuando los jóvenes cargaban el féretro y lo depositaban en una camioneta, un fotógrafo captó el momento.

“Yo no me acuerdo de eso, estábamos muy tristes por la muerte de nuestro amigo que nos prestaba el balón para que jugáramos todos”.

‘Ya traían la idea’

Con cada aniversario del 2 de enero de 1946, don José Marín Durán afirma su teoría de que la matanza ya estaba planeada.

Sentado en su casa, aprecia textos viejos del sinarquismo.

Abre una de sus páginas y observa su propia imagen a los 24 años, cuando era dirigente municipal en Celaya.

“Yo participé de manera activa en el movimiento de la Unión Nacional Sinarquista, yo fui invitado a participar como orador el 2 de enero de 1946 y llegué a la ciudad para pasar las fechas de Navidad y Año Nuevo”.

El primero de enero de 1946, el pueblo convocó a una manifestación para exigir que se respetara la voluntad popular y el triunfo del candidato de la Unión Cívica Leonesa, Carlos A. Obregón sobre Ignacio Quiroz, postulado por el Partido de la Revolución Mexicana (antecedente del PRI) y a quien se pretendía imponer.

“El Gobierno no tenía nada y el pueblo ganó a la buena, por eso estaba en el Parque (Hidalgo) toda la gente: unos a caballo, otros salían de las fábricas. Pero ya nos tenían preparada la trampa, ya nos querían matar en ese momento porque nos comenzaron a golpear”.

Evoca que los soldados comenzaron a disolver el mitin a culatazos.

“Nosotros les decíamos a la gente que no respondiera las agresiones, que se mantuviera firme y sin hacer nada”.

Pero don José insiste:

“La idea de la matanza ya la traían, ellos querían provocarnos porque querían ahogar de sangre la cuna del sinarquismo”.

Sin responder a los golpes, los inconformes convocaron a la Plaza Principal para una segunda manifestación, al otro día.

La tarde del 2 de enero las fábricas cerraron, la gente en masa estaba presente en la plaza.

Al ver la respuesta, los integrantes de la Unión Nacional Sinarquista decidieron no realizar ningún evento político para no calentar más los ánimos.

Fue entonces que un grupo de personas comenzó a pasear un ataúd por la plaza.

Don José Marín Durán se dirigió al Portal Guerrero y mientras platicaba con unas personas escuchó las detonaciones.

“Lo primero que pensé fue que eran cohetes, luego vimos que mucha gente comenzó a correr desde la calle Juárez al Centro: los soldados ya estaban disparando hacia el pueblo”.

Se tiró al piso y el cuerpo de una mujer obesa le permitió protegerse de las balas, luego de unos segundos que parecieron eternos levantó la vista y observó zapatos en el piso, relojes olvidados, prendas tiradas.

Sus oídos sólo escuchaban las detonaciones de los rifles, los quejidos de las personas heridas y las súplicas de los inocentes.

“Había mucha gente llorando, vi a un joven con el rostro desfigurado porque dos proyectiles de bala le entraron por los ojos y salieron por la nuca”.

La pólvora se mezclaba con el olor de la sangre y la carne quemada por los proyectiles.

Como pudo se arrastró cruzando toda la plaza principal hasta la calle Madero.

“Entonces me paré y empecé a correr, era una cacería pero de milagro escapé, asustado”. De inmediato regresó a Celaya.

‘Nos acaban de balacear’

¿Qué pasó Ignacio, qué tienes?- preguntó afligida su madre Micaela González.

-Nos acaban de balacear- respondió su padre. Y comenzó a llorar.

Sesenta y cinco años después, José de la Luz García recuerda los gritos desesperados de su padre, Ignacio García, que imploraba le abrieran la puerta de su casa.

Pasaban las nueve de la noche cuando con la mirada perdida por el espanto, su papá entró a su casa, en Guillermo Prieto, del barrio de San Juan de Dios.

Pasaron los minutos antes de que su padre se recuperara y pudiera contar cómo que tuvo que arrastrarse entre cadáveres.

Ignacio García fue uno de los fundadores de la Unión Nacional Sinarquista y dirigente de la Unión Cívica Leonesa.

A los siete años, José de la Luz lo acompañó a pláticas previas a las elecciones del mes de diciembre de 1945, que dieron pauta al fraude y a la inconformidad.

El primero de enero de 1946 estuvo en el quiosco del parque Hidalgo, que recuerda lleno de gente inconforme, cuando los soldados comenzaron a agredirlos.

Era la víspera de la protesta del 2 de enero. Su padre ya no lo quiso llevar aquel día y tuvo razón.

Al día siguiente de aquella madrugada del 3 de enero, llena de pasos de botas, balazos y gritos de dolor, su padre los llevó a la Plaza Principal para que vieran el resultado de la matanza.

“Yo me acuerdo muy bien de todo eso, al otro día cuando salimos vimos las cajas de los muertos en el Hospital, también me acuerdo que vi las calles ensangrentadas”.

“En el panteón había hileras de cuerpos ensangrentados cubiertos por sábanas, la gente pasaba para identificarlos y si no, eran enviados a la fosa común”.

El recuerdo es todavía más vivo porque uno de sus primos, Ignacio Horta González, que auxiliaba a la Cruz Roja, perdió la vida.

“Mi primo acudió a la plaza para prestar ayuda a los que estaban ahí, pero a él también le dieron, cayó en la plaza”.

Pero Lucho no sintió miedo, la curiosidad propia de la edad lo incitaba a continuar viendo los cuerpos ensangrentados.

“El día siguiente la ciudad estaba en silencio, los locales estaban cerrados, no hubo movimiento alguno, sobre todo en la Plaza Principal”.

La población estaba sorprendida, la dirigencia de la Unión Nacional Sinarquista pidió que mantuvieran la calma.

“Yo siento que mi papá lo que quiso hacer el 3 de enero fue estar con la gente, se sentía comprometido a apoyarlos luego de que el pueblo los apoyó a ellos como Unión Cívica Leonesa”.

Y esa fue la mejor herencia que su padre le dejó. Con el paso de los años, José de la Luz fue primero parte de la dirigencia, luego encabezó el movimiento.

“Mi papá me dejó en el sinarquismo, aquí sigo y aquí seguiré porque lo llevo en la sangre

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