viernes, 5 de noviembre de 2010

Súper traidor Álvaro Obregón


Por:Bernardo López Ríos
En el Centenario de la Revolución Mexicana


LOS TRATADOS DE BUCARELI


Durante el Gobierno del general Álvaro Obregón (1920-1924) se cometieron graves errores, entre los principales: la imposición de la candidatura del general Calles y las concesiones anticonstitucionales en materia agraria y petrolera que hizo a los Estados Unidos para obtener su reconocimiento y apoyo (los Tratados de Bucareli o Tratados Warren-Pani, que mantienen alguna afinidad con el traidor Tratado MacLane-Ocampo del gobierno juarista de 1859, por el cual se puso al país en manos de nuestros poderosos vecinos del Norte).

En efecto, desde la muerte del Presidente Venustiano Carranza (1920), el Gobierno de los Estados Unidos no había reconocido al de México, debido a las cuestiones pendientes, principalmente en lo relacionado con la nacionalización de los derechos al petróleo decretada por el artículo 27 de la Constitución de 1917.

Pero en los Tratados de Bucareli de 1923, se llegó a un compromiso: las tierras que eran propiedad de extranjeros quedarían excluidas de la reforma agraria, una comisión especial estudiaría las reclamaciones de compensaciones y se ratificaron las concesiones petroleras a extranjeros, aunque se emplearía un nuevo impuesto sobre la producción para cubrir las obligaciones de la deuda externa de México (1). En agosto de 1923, Estados Unidos otorgó su pleno reconocimiento, por fin (2).

Un grupo de senadores rechazaba los Tratados de Bucareli y pedía que no se dieran a conocer. En 1924 Francisco Field Jurado, senador de Campeche, resulta muerto y otros tres fueron secuestrados por haberse opuesto a estos Tratados, sobre los cuales, afirma José Vasconcelos: Esto es precisamente lo que quería el plan Poinsett (3): la desaparición del español como propietario de la tierra mexicana y, en seguida del español, la desaparición también del propietario mexicano.

De suerte que fue Obregón quien dio el primer paso para la total transferencia de la propiedad raíz de México en provecho de los norteamericanos (4). El escritor mexicano Adolfo Arrioja Vizcaíno presentó en el año 2006 "Los protocolos secretos de Versalles a Bucareli", novela histórica en la que pretende demostrar "la dependencia histórica de México con los Estados Unidos en los aspectos político, económico y militar". Arrioja, doctor en derecho, dijo que la dependencia de México se remonta a 1923 cuando firmó con los Estados Unidos los Tratados de Bucareli, en los que la potencia mundial dio reconocimiento diplomático al gobierno del presidente mexicano Álvaro Obregón, después de la revolución mexicana (1910-1917).

Explicó que dentro de los tratados existen una serie de protocolos secretos que sólo se han dado a conocer parcialmente en los Estados Unidos porque contienen una cláusula de silencio que vence en el 2023, pero que él revela en su libro valiéndose de información documental y de "primera mano".

Por ejemplo, asegura que México se comprometió entonces a "no desarrollar la industria petrolera, bélica, aérea y marítima por un periodo de 75 años, asegurando a Estados Unidos la neutralidad de México con respecto a cualquier enfrentamiento bélico".

Parte de los hechos que se cuentan en el libro editado por Grijalbo le fueron narrados al autor por Naborina González Roa, su tía abuela, quien en muchas ocasiones acompañó a su hermano Fernando González Roa, una figura clave en la firma de los tratados entre ambos países.

Arrioja agregó que estos protocolos siguen teniendo efecto en la actualidad, ya que algunos de sus apartados contemplaban que México debía dar preferencia a EEUU en todos los contratos de suministros y de tecnología si nacionalizaba su industria petrolera. "Si se hiciera una revisión de los contratos que celebra Petróleos Mexicanos (Pemex) se vería que el noventa por ciento lo hace con empresas estadounidenses", apuntó.

Los acuerdos de 1923 también impidieron la consolidación de la reforma agraria, argumenta, porque los recursos para el campo se utilizaron para pagar compensaciones a los estadounidenses que poseían grandes latifundios en México y que les fueron expropiados durante la revolución.

La falta de inversión agraria en México en ese momento produjo que ahora "el campo mexicano se dedique a exportar personas a los Estados Unidos", manifestó el autor. (Cf. Periódico El Financiero en línea, viernes 25 de agosto, México, 2006. Con información de EFE).

En conflicto con la Iglesia El jacobinismo del régimen obregonista se manifestó y los antecedentes directos de lo que sería la guerra cristera hallaron cabida en su cuatrienio: un atentado perpetrado en la Basílica de Guadalupe, el bombardeo al Monumento a Cristo Rey en el Cerro del Cubilete y la expulsión de varios miembros de la Jerarquía Católica (5).

El 14 de noviembre de 1921 cierto individuo puso una bomba a los pies de la venerada imagen de Santa María de Guadalupe, bajo pretexto de colocar un ramo de flores. La bomba estalló produciendo grandes desperfectos en el altar, pero respetó milagrosamente la imagen, de la cual no se rompió ni el cristal que la cubría.

Los vidrios de los ventanales de la iglesia se rompieron, parte del altar saltó en pedazos, y el crucifijo que sobre él había, quedó violentamente retorcido. La noticia del atentado y del milagro, provocó en todo México una explosión de indignación contra el culpable y de agradecimiento a María.

Los actos de reparación en los templos fueron numerosísimos y por demás solemnes. El sacrílego criminal que puso la bomba era un empleado de la Secretaría particular de Obregón. Llegó a la Basílica acompañado de soladados disfrazados que lo protegieron después del atentado. Unos cuantos minutos después de éste, Obregón habló personalmente por teléfono al presidente municipal de la Villa de Guadalupe para pedir garantía y ordenar que entregaran al dinamitero a la escolta enviada para custodiarlo. Poco después llegó un camión con tropas y se llevó al reo.

Se supo el nombre de éste, se tuvo certeza de la intervención de Obregón en el caso, pero el atentado quedó completamente impune. Como hemos visto, en 1923, Obregón, por los Tratados de Bucareli reanudó con los Estados Unidos las relaciones diplomáticas, rotas desde el asesinato de Carranza. Hasta esas fechas, el gobierno de obregón había sido relativamente tolerante con la Iglesia. Mientras sus gobernadores la molestaban en los Estados, él dejaba funcionar los colegios católicos y toleraba la existencia de conventos religiosos. Sin embargo, después de restablecer relaciones con los estadounidenses, comenzó a manifestar contra ella una hostilidad radical.

Entre otras cosas, expulsó al Delegado Apostólico, Monseñor Filippi, por haber bendecido la primera piedra del Monumento a Cristo Rey, en el Cerro del Cubilete y, por conducto de la Secretaría de Gobernación, mandó procesar a los que tomaron parte en su inauguración. Esta acción se la interpretó el gobierno como culto público, prohibido arbitrariamente por la Constitución. En efecto, el 11 de enero de 1923 fue colocada la primera piedra del Monumento a Cristo Rey en el Cerro del Cubilete, en Guanajuato, hoy “Montaña de Cristo Rey”, centro geográfico de la República Mexicana.

Las ceremonias fueron solemnísimas y estuvieron presididas por el excelentísimo señor Delegado Apostólico, don Ernesto Filippi. En toda la República los católicos mexicanos se unieron en espíritu a los millares de peregrinos que asistieron a la solemnidad. La Asociación Anticlerical Mexicana, instrumento de la señora Zárraga, pidió públicamente a la Secretaría de Gobierno la expulsión del Delegado Apostólico.

En cumplimiento del artículo 24 Constitucional que prescribe que el culto religioso debe celebrarse exclusivamente en los templos o en los domicilios particulares, expulsó Obregón a Monseñor Filippi, el cual en recinto privado y cerrado con mantas y tablas, había bendecido la primera piedra (6). En octubre de 1924, tuvo lugar el Congreso Eucarístico Nacional, celebrado con todo entusiasmo por el pueblo católico.

Se adornaron las calles de las ciudades y se colocó, en las puertas de las casas, la bandera mexicana. Los organizadores contaban o creían contar con la autorización del gobierno para estas fiestas, especialmente para la solemnísima procesión con el Santísimo Sacramento, en el recinto bardeado del Parque Lira.

Pero entonces el presidente Obregón y el general Calles, secretario de Gobernación, juzgaron que el conjunto del Congreso Eucarístico era culto público y así, el 8 de octubre ordenaron violentamente la suspensión de todo lo planeado (7).

Los católicos mexicanos buscaban deseperadamente una solución al conflicto religioso. Hubo quien se convenciera que para obtener la libertad de creencias, era necesario tronchar las cabezas de los principales oponentes. Para reemplazar a Plutarco Elías Calles, como prsidente, debía haber elecciones en 1928. De Sonora, y desde junio de 1927, el expresidente Obregón lanzó su candidatura para un nuevo periodo presidencial.

Los artículos 82 y 83 de la Constitución de 1917 prescribían expresamente la “No reelección”, que fue una de las grandes metas revolucionarias. Sin embargo, en octubre de 1925, siendo Calles presidente, el Congreso aprobó la reelección para un solo periodo no inmediato. La nueva postulación de Obregón fue legal, pero muy mal vista por los antiguos revolucionarios.

El ingeniero Luis Segura Vilchis, de Piedras Negras, Coahuila, con algunos amigos suyos, intentó asesinar a Obregón durante su campaña electoral. El 13 de noviembre de 1927, cuando el general viajaba en su automóvil por una de las calles del bosque de Chapultepec, Segura y sus amigos le arrojaron una bomba de construcción casera.

El atentado fracasó. Obregón no estaba muy seguro de quiénes habían sido los autores del atentado, y sospechaba de los partidarios de Serrano y de Gómez, o tal vez del mismo Calles o de Morones, y mandó hacer investigaciones. Pero Calles no quería investigaciones, sino solamente la sangre del Padre Miguel Agustín Pro, S.J., para aterrorizar a los de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa.

En represalia fueron fusilados: Segura Vilchis y el obrero Tirado, quienes ciertamente habían tomado parte en el atentado y juntamente con ellos el Padre Miguel Agustín Pro, S.J. y su hermano Humberto, inocentes del crimen. En efecto, el 23 de noviembre de 1927, sin haber precedido proceso judicial de ningún género (es decir, sin previo juicio), el general Roberto Cruz hizo salir al Padre Pro y colocarse en el sitio de los fusilamientos ante el pelotón que lo iba a matar. El Padre Pro declaró entonces: “Pongo a Dios por testigo de que soy inocente del crimen de que me acusan”.

El Padre Pro, S.J. fue beatificado el domingo 25 de septiembre de 1988, por S.S. Juan Pablo II, en la Basílica de San Pedro de Roma. Luis Segura Vilchis, Juan Tirado y Humberto Pro fueron fusilados esa misma mañana. Calles y la policía de México sabían perfectamente bien que el Padre Pro y sus hermanos no habían tenido nada que ver en el atentado contra Obregón (8). En el fraude electoral de principios de julio de 1928, Obregón fue electo presidente por abrumadora mayoría aparente. En realidad no era aceptado ni por los mismos revolucionarios.

Así que el 17 de julio de 1928, fue finalmente asesinado por el caricaturista José de León Toral, en el restaurate “La Bombilla”, en San Ángel, D.F. Toral fue horriblemente torturado y ejecutado el 9 de febrero de 1929.

El asesinato de Obregón, Calles lo atribuyó de nuevo a la Iglesia pero todas las miradas de los políticos se dirigían contra Calles.

NOTAS

1. Cf. José Gutiérrez Casillas, S.J. Jesuitas en México durante el Siglo XX, editorial Porrúa, México, 1972

2. Cf. Alan Riding, Vecinos Distantes: un retrato de los mexicanos, editorial Joaquín Mortiz / Planeta, México, 1985, p. 65

3. Joel Roberts Poinsett (1779-1851). Agente del imperialismo yanqui en México, apoyó con estusiasmo la Doctrina Monroe y organizó en México a las logias masónicas yorkinas. Ya desde 1812 estaba en la Nueva España como agente secreto de la poderosa nación vecina para procurar insurreccionar al país, de manera que el movimiento insurgente favoreciera los planes de extensión territorial que ya por entonces abrigaba su gobierno (Francisco Azcárate reveló que Monroe, por conducto de Poinsett, pretendía que México cediera a Estados Unidos parte de su territorio). Poinsett propuso a Agustín de Iturbide la anexión a los Estados Unidos de la parte norte de México y el establecimiento de una República Federal (contraria al Plan de Iguala y semejante a la estadounidense), pero el Emperador Iturbide rechazó dignamente estas traidoras proposiciones; Poinsett comenzó a calumniar a Iturbide y a intrigar con todos los políticos descontentos, persuadiéndolos de que lo que México necesitaba era la República Federal (Cf. Joaquín Márquez Montiel, S.J. Apuntes de Historia Genética Mexicana); Poinsett y otros liberales como Ramos Arizpe, Michelena, etc., serían los responsables de la caída del Imperio de Iturbide. “La tendencia mexicanista de Iturbide - afirma Vasconcelos - era sincera. Del otro lado, en el liberalismo, se movía la influencia extranjera”. En 1825 el presidente Adams envió a Poinsett a México como ministro plenipotenciario, comisionado para gestionar la compra de Texas en cinco millones de dólares, pero no lo logró; años más tarde los agentes de la anexión de Texas a Estados Unidos encontraron en Poinsett un amigo proclive a esta maniobra.

4. José Vasconcelos, Breve Historia de México, Colección Linterna Mágica, No. 30, editorial Trillas, México, 1998, p. 362

5. Cf. José Manuel Villalpando y Alejandro Rosas, Historia de México a través de sus Gobernantes, 150 biografías de los tlatoanis, virreyes y presidentes (1325-2000), editorial Planeta, México, 2005, p. 190

6. Cf. José Gutiérrez Casillas, S.J. Breve Historia de la Iglesia en México, ediciones Promesa, México, 1992, pp. 40-41

7. Cf. Pablo López de Lara, S.J. Los Jesuitas en México, Breve historia de cuatro siglos de la Provincia Mexicana, 1572-1972, editorial Buena Prensa, México, 2001, pp. 127-128 8. Cf. Joseph H.L Schlarman, México, Tierra de Volcanes, de Hernán Cortés a Miguel de la Madrid Hurtado, editorial Porrúa, México, 1993, pp. 593-627

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