miércoles, 27 de abril de 2011

Monumento a la inmoralidad



Héctor de Mauleón
PUBLICADO EN EN PERIODICO "El Universal"



Con un paquete de reformas postergadas, que ellos mismos denominan “las urgentes reformas que el país necesita”, los 128 senadores que, entre intereses partidistas, lucro electoral, golpeteo del adversario y otras mezquindades políticas, han sido incapaces de desatar uno sólo de los nudos que mantienen a México atascado, decidieron obsequiarse un edificio de 2 mil 300 millones de pesos, que según el proyecto original iba a costar, “nada más”, mil 699 millones. “Ya nos lo merecíamos”, sentenció en una entrevista el presidente de la Cámara, Manlio Fabio Beltrones. La frase suena como un insulto en un país que no ha obtenido de sus legisladores más que un puñado de mendrugos.

Entregado con seis meses de retraso, y aún sin terminar; levantado sobre un terreno de nueve mil metros cuadrados a través de un fallo de licitación pública que hasta hoy es mantenido en reserva por Banobras, el nuevo edificio del Senado, según información del grupo SUTEGA, la firma gallega encargada del equipamiento, “destaca por los máximos niveles de calidad y diseño, incluyendo piezas que son clásicos del mobiliario contemporáneo del siglo XX, como la silla Barcelona de Mies van den Rohe, la silla Panton de Verner Panton y el sillón LC2 de Le Corbusier”.

Qué bueno que uno de los Poderes de la Unión disponga al fin de un edificio a la altura de sus responsabilidades. Pero, ¿se habrán enterado los senadores que el sillón LC2, en el que desde el miércoles pasado descansan sus republicanas humanidades, fue elegido para servir de trono a los Reyes de España durante la Exposición Internacional de Barcelona en 1929? ¿Se referiría a eso Beltrones al decir: “Ya nos lo merecíamos”?

El edificio, con 16 pisos, acabados de mármol y granito de China, y una sala de plenos que incorpora tecnología de punta como el sistema de votación electrónica y de reconocimiento de iris, cuenta también con espacios en los que los senadores podrán “restaurarse” después de “debatir la política del país”. Pregunta abierta a la imaginación: ¿Cómo serán los espacios en los que los legisladores van a restaurarse después de estar sentados durante horas en el trono de los Reyes de España?

Reviso las notas de la inauguración y encuentro material que haría las delicias de la crónica política. El senador José Pérez Morfín afirma que la mudanza “no sólo es física, también intelectual, y en el mejor de los casos de actitud”. El senador Carlos Navarrete asegura que la inauguración del edificio es “una oportunidad para hacer un recuento de la situación del país”. Manlio Fabio Beltrones vuelve a volarse la barda: el nuevo Senado, asegura, servirá “para impulsar la creación de nuevas instituciones”, “para que la economía vuelva a crecer”, “para abrir el gobierno a la sociedad y decir sí a los acuerdos y reformas que la sociedad demanda con urgencia”. Es decir: con sólo cambiarse de casa, uno se vuelve distinto.

Lo que la mezquindad y el cálculo político impidieron lograr en el vetusto edificio de Xicoténcatl, se realizará ahora en un santiamén en la lujosa sede de Reforma. ¡Terminaron para siempre las viejas prácticas y los antiguos vicios parlamentarios! Y todo eso le costó a los mexicanos, únicamente, 2 mil 300 millones de pesos. Haberlo dicho antes.

Como ha demostrado el crítico Deyan Sudjic en un libro extraordinario (La arquitectura del poder), el poder exige verse expresado en edificios arrolladores, imponentes, intimidantes. De Hitler a Tony Blair, de Stalin a Francois Miterrand, a lo largo de la historia prácticamente ningún poderoso ha resistido la tentación de emplear la arquitectura como instrumento de propaganda política: recuérdense los monumentos del porfiriato; los edificios que albergan que los congresos de los estados. A través de esa relación perversa, la arquitectura colabora con lo que se quiera: la consolidación, la glorificación, la invención de países, la construcción de identidades.

El problema, según se desprende de la lectura de Sudjic, es que sólo la conciencia y la intención colectiva ayudan a construir monumentos verdaderos. Sólo ellos proyectan sobre un objeto un sistema de significados.

Si el derroche y la ostentación que acompañan la nueva sede del Senado no se reflejan de inmediato en “las urgentes reformas que el país necesita”, entonces el edificio pasará a engrosar la nómina de elefantes blancos que ha dejado la política mexicana. Terminará por convertirse en un nuevo monumento a la inmoralidad.

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